15 de octubre de 2012

MANIQUEÍSMOS

Lo acontecido el 13 de septiembre en Capital Federal, tomando a ésta como epicentro disparador hacia otras ciudades como Bariloche, Bahía Blanca, Mendoza o Tucumán, merece la reflexión para entender en contexto lo sucedido durante varias horas en la tarde/noche de ese día particular. La convocatoria a manifestarse en la calle fue tomando cuerpo en las redes sociales de la virtualidad de Internet (¡vaya paradoja!), materializándose el jueves por la noche. A diferencia de otras veces, esta convocatoria fue importante si el análisis se centra en el aspecto del número, ya que la gente movilizada, espontáneamente o no, fue numerosa. Sin embargo, si lo que se pretende priorizar es su contenido esta movilización muestra flaquezas y debilidades para sostenerse en el tiempo. Básicamente esta situación de pobreza argumental se da en la ambigüedad de las consignas que se utilizaron discursivamente para aglutinar a la multitud en la calle. Eran tan difusas y generales sus ideas que resultaba difícil encontrar puentes en común: Inseguridad, corrupción, dictadura, falta de libertad en la elección monetaria, chavización social, etc. eran las consignas utilizadas como excusas para salir a manifestarse, y a partir de allí trazar un eje de discusión mediática antagónico al discurso oficialista que parece devorar todo lo que se le interpone. Ahora bien, nada sale de la nada, ya que todo lo relativamente importante para una sociedad tiene un trasfondo en donde encuentra su sustento para influenciar mediática y políticamente determinadas acciones. La realidad argentina no escapa a esta lógica, sino que, por el contrario, la actualidad política día a día alimenta esta idea. Y la alimenta porque como hacía mucho tiempo hoy se da una polarización política que exaspera hasta al más cauto. El maniqueísmo reinante en las discusiones no es privativo del gobierno, sino que desde la oposición el posicionamiento es idéntico al oficial: crispación, confrontación y atomización como cualidades distintivas de las formas propuestas para dialogar. Quien no está con el gobierno es un traidor a la causa nacional y popular. Por su parte, para los ocasionales opositores, quienes están con el kirchnerismo son en resumidas cuentas fascistas. Este escenario político no pasa inadvertido porque idéntica situación se vivencia en la realidad mediática que construyen los medios masivos de información configurando la opinión pública de acuerdo a los intereses que toquen, modifiquen y pongan en juego. Los discursos mediáticos se presentan como verdades reveladas de causas justificadas históricamente. Es tal la preponderancia de los medios en la construcción social que todo lo que adquiere relevancia debe inevitablemente pasar por su filtro selectivo. Como una caja de resonancia lo dicho, y porque no, lo omitido mediáticamente (ya que lo “no dicho” es una forma de decir) se enquista discursivamente formando opiniones a favor o en contra de uno u otro bando, pero nunca matices o neutralidades pasajeras. Paradigmático es el caso de, por ejemplo, La Nación, periódico históricamente de la derecha acomodada, marcado por una pluma reaccionaria y oligárquica, esquiva a la idea de que sea la gente, movilizada en la calle, quien ponga en tensión al poder político. Pero vaya paradoja, desde sus hojas y a través de sus disciplinados y obedientes periodistas cubrieron y promocionaron la movilización. Lo mismo puede decirse de otros medios gráficos como Clarín y Perfil; pero en éstos son más claros los porqué teniendo en cuenta el contexto que desde hace unos años se vive periodísticamente a partir de la Ley de Medios. Maniqueísmos a flor de piel de ambos lados: para unos, los oficialistas, para quienes la ocurrido el jueves 13 de septiembre pasó inadvertido y en silencio, encolumnando sus escuetos argumentos en la idea de la “marcha del odio”; para los otros, los enemigos a muerte de todo lo que se tiña de K, para quienes fue una jornada multitudinaria y en paz. La marcha, espontánea o no, que se dio en ciudades tan disímiles como Capital Federal, Mendoza, Bariloche o Tucumán pone de manifiesto esta cualidad de la política. También nos muestra con acontecimientos concretos que lo simbólico no adquiere relevancia por sola presencia. Que necesita de algo con más raigambre que la mera costumbre del uso para tener presencia y poner en tensión la realidad. Las cacerolas y la idea del “cacerolazo” son un ejemplo contundente de ello, de cómo se han convertido en simple metáfora. Es evidente que la Argentina de 2012 no es la misma que la de 2001, ni social ni políticamente. Pero también es evidente que las cacerolas fueron una más de entre varias formas de lucha, confrontación y negación; con sus muertos a cuesta en plena revuelta contra el gobierno de De la Rúa. Hoy, el uso y abuso de ciertas formas de lucha y protesta que han tenido preponderancia en la historia reciente de la Argentina se han convertido en simple liturgia; ya que extrapolar experiencias sin tener en cuenta los contextos en que aparecen y se desarrollan es como mínimo una actitud infantil. Vale esta aclaración porque desde los medios masivos de información opositores al gobierno se intentó trazar un puente de concordancia entre el 2001 y la movilización del jueves 13. Forzosamente se buscó dotar de atributos positivos la actual movilización teniendo como horizonte los sucesos de 2001. Como si actualmente el germen de la gente en la calle movilizándose guardara relación con la crisis económica y la parálisis política de la debacle social de 2001. De hilar fino por supuesto que se pueden encontrar puntos en común, pero en esencia ambos momentos históricos no son parte de un mismo y continuo proceso. Comparten sí el descontento que la clase media y alta tuvieron y tienen en cuestiones económicas, por ejemplo, con el tema del dólar y ahorros en esa moneda. Comparten también la importancia dada a la discusión mediática a partir de los antagonismos partidario/políticos, aún con la crispación latente en el discurso y los argumentos oficialistas, por un lado, y opositores por otro. Pero no más que eso. ¿Y ante todo esto que hacemos? ¿Nos mantenemos inmóviles, ajenos? ¿Nos movemos expectantes? ¿Buscando que? ¿Negamos los hechos? Negar la realidad no parece ser una respuesta adecuada, por el contrario, es necesario en la búsqueda constante de la ruptura social reconocer la realidad maniquea que se construye diariamente, entender sus lógicas, incidir en ella, reconocer los alcances, las limitaciones y los espacios de lucha y confrontación que posibiliten poner en tensión permanente las bases en que se sustenta el poder. Gastón

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